Dear Fellow Disciples, peace.
Today, we celebrate the Solemnity of Christ the King, a Solemnity that invites us to reflect on the kingship of Jesus—a kingship unlike any other. Jesus is not a king who seeks power or wealth; He is the Servant King who reigns through love, humility, and self-sacrifice. His throne is the cross, and His crown is made of thorns.
In the Gospel, we see a powerful image of His reign: a shepherd gathering His sheep, caring for the lost, the weak, and the broken. This reminds us that Christ’s kingdom is one of mercy and justice. It challenges us to recognize Him in the least of our brothers and sisters—the hungry, the sick, the imprisoned. When we serve them, we serve Christ Himself.
As we approach the end of the liturgical year, this solemnity calls us to examine our lives. Are we building His kingdom of peace and love? Are we allowing Christ to reign in our hearts and guide our decisions?
Let us renew our commitment to follow our King, trusting that His reign will bring fulfillment, not only in our lives but in the entire world. With hearts open to His mercy, may we join Him in building a kingdom that reflects His boundless love. “Christ yesterday and today, the beginning and the end, the Alpha and the Omega; all time belongs to Him, and all ages.” (Roman Missal).
May the Holy Spirit help to build a throne for Christ in our hearts, lives, families, community and in the whole world.
Queridos discípulos, paz.
Hoy celebramos la Solemnidad de Cristo Rey, una solemnidad que nos invita a reflexionar sobre la realeza de Jesús, una realeza como ninguna otra. Jesús no es un rey que busca poder o riqueza; Él es el Rey Siervo que reina a través del amor, la humildad y el autosacrificio. Su trono es la cruz y su corona está hecha de espinas.
En el Evangelio, vemos una imagen poderosa de Su reinado: un pastor que reúne a Sus ovejas, cuidando de los perdidos, los débiles y los quebrantados. Esto nos recuerda que el reino de Cristo es de misericordia y justicia. Nos desafía a reconocerlo en el más pequeño de nuestros hermanos y hermanas: los hambrientos, los enfermos, los encarcelados. Cuando les servimos, servimos a Cristo mismo.
Al acercarnos al final del año litúrgico, esta solemnidad nos llama a examinar nuestras vidas. ¿Estamos construyendo Su reino de paz y amor? ¿Estamos permitiendo que Cristo reine en nuestros corazones y guíe nuestras decisiones?
Renovemos nuestro compromiso de seguir a nuestro Rey, confiando en que Su reinado traerá plenitud, no sólo en nuestras vidas sino en el mundo entero. Con corazones abiertos a Su misericordia, unámonos a Él en la construcción de un reino que refleje Su amor ilimitado.
“Cristo ayer y hoy, el principio y el fin, el Alfa y la Omega; A Él pertenecen todos los tiempos y todos los siglos”. (Misal Romano).
Que el Espíritu Santo ayude a construir un trono para Cristo en nuestros corazones, vidas, familias, comunidad y en el mundo entero.
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